lunes, 24 de marzo de 2008

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Por la mañana del 24 de marzo del 2008 mi panorama no era muy alentador: me levante y el hielo se me había salido durante la noche; en el transcurso del camino que me lleva hacia el baño me di cuenta que no podía pisar cómodamente y que forzar el movimiento me causaba un gran dolor. Tuve dos reacciones, luego de entrar al baño y cerrar la puerta: lanzar un gran "la puta madre" y ponerme a llorar. Faltaban menos de dos horas para la concentración a la que acudo cada año desde que tengo memoria y mi pie no se encontraba en condiciones de caminar dos metros siquiera. Salí luego de lavarme la cara, auto reprochándome el gran error de no haber ido al médico la noche anterior, cuando había tenido el pequeño accidente deportivo en cuestión. Mamá me llevó a la guardia y se fue a encontrar con una amiga de ella que hoy extraña mucho a un hombre, aunque no más que el resto de los días, sino que tal vez, en esta fecha, ese extrañamiento se siente a flor de piel. Yo me quedé en la sala de espera de la guardia, muerta toda esperanza de poder ir a la marcha, con mucha gente que iba a ser antedida antes que yo. Pasaron los minutos, pero apróximadamente cuando ya iban 25 me llamaron... radiografía, lo de siempre... Y por último, el veredicto del especialista: "no tenés nada, pero te doblaste muy fuerte, por eso tanto dolor; tenés que ponerte muchísimo hielo y tener la pierna para arriba el mayor tiempo que puedas. Por otro lado, recién podés volver a jugar dentro de 20 días".
Salí de ese maldito hospital a toda velocidad, la llamé a mamá, y no tengo idea por qué, pero el "no tengo nada" significó que estaba completamente autorizada para ir a tomarme el subte y encontrarme con ella y los demás en la concentración, aunque el dolor no disminuía, sino que aumentaba, a medida que caminaba metro tras metro. "Comprame un agua así cuando llego tomo el dolván", le dije y caminé lo más rápido que pude, no me importaba otra cosa que llegar.
Y llegué, claro que llegué, claro que no podría haber faltado para sostener esa bandera una vez más, para levantar bien alto las 30 mil fotos cuando entramos a la plaza. Claro que no iba a estar ausente en una fecha donde mi vieja necesita tanto de mi abrazo que somos capaces de dejar toda la mierda que nos está pasando de lado, para sostenernos.
Porque el 24 de marzo es una fecha tildada de memoria activa, pero en verdad yo no paso ni un día sin acordarme de esa época, aunque jamás la viví, ni paso un día sin pensar en ellos, aunque no los conocí.
Porque nunca dejo de imaginarme qué hubiera pasado si la dictadura no hubiera sido, y si mi abuelo no hubiera tenido que exiliarse en Uruguay, ni cerrar la librería, ni perder a tantos amigos que estaban en la lucha.
Por todas esas cosas que pertenecen al recuerdo y al supuesto, y por tantas otras del presente que hoy respiro y transpiro, hoy levanto mi puño una vez más, al grito de nunca más.


Sí, definitivamente hoy me acordé de vos, que probablemente estabas por ahí. Me imaginé cómo hubiera sido compartir el momento. Todavía una canción de amor. Nunca Más.

30 mil compañeros detenidos desaparecidos,
presentes.

domingo, 2 de marzo de 2008

Nunca mía

La única forma que tenía de,
era volver caminando por la avenida. Esa que caminamos una madrugada atrás en el tiempo y te nombramos al pasar, sabiendo que siempre estabas, implícita.
La única forma que tenía de,
era volver caminando muy lentamente, asegurándome de no evitar que la lluvia me limpiara la cara, aliviara la velada, y apagara un par de velas que ardían sepultadas en los huecos de mis ojos.
Porque una noche dejé mis zapatillas debajo del castillo y unas horas después logré contemplar la Luna.
Y sé lo que -para vos- significa somatizar. (Todavía me duele entender algunas cosas)
Pero el dado estaba girando y nadié apostó su amor por mí.
Casi como recompensa, cuando la princesita habló de transparencia, pude respirar.
La duda nunca mía.
Siempre de los otros.
Siempre de las otras.
Por eso pudimos retirarnos del castillo y sus alrededores.
Con todos los honores de ser quienes somos.