martes, 14 de agosto de 2012

Ayelén

Todavía me acuerdo cuando te trajeron. Entrabas en una baldosa de la cocina de la Tía.
Eras esa que tanto había pedido mi primo Juanchi, y obviamente terminaste por ser esa que alegró a todos.
Creo que no tardamos en tener esa magia especial que mi Tía nombra. Sí, tengo bien presente que cuando yo me quedaba en su casa (que era muy seguido) vos eras mi sombra. De un lado al otro. Me metía al baño y cuando abría la puerta para salir, ahí estabas vos, sentada en el pasillo, moviéndome la cola.
El clásico "Aye, vamo' a pasear?" que te encendía con sólo decirlo. Y ahí te ibas, a pasear por el barrio de Almagro.
Tus memorables travesuras con la cortina, comiéndote toda la parte de abajo, para el lamento de la Tía.
Tu calmante natural: el hueso con el que nadie te podía sacar la atención.
Y cómo olvidar tus veranos en el Sur. Porque es así: no sos de esta familia si no viviste algún verano en aquella tierra, nuestra Patagonia. Ibas en el bote del tío y te tiraste...entraste en el bosque. Incertidumbre.
Pero apareciste, Río Arrayanes te vio volver.
Los años pasaron.
Todo cambió. Excepto esa magia especial.
Yo tenía cerca de 9 años cuando llegaste... hoy tengo 23, pero el amor es el mismo.
Tus ojos de perro. Tus orejitas expectantes.

Los humanos tenemos la estúpida costumbre de expresar lo que sentimos por otro cuando ya es tarde. Con vos voy a hacer la excepción... te escribo desde este frágil presente, todo para vos.

Sé que viviste bien tu vida. Y nos la hiciste vivir también.
Con vos en estos días... y siempre, Ayelén.



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