lunes, 30 de junio de 2008

3/4

Creo que mi descubrimiento del amor tuvo que ver con una cuestión de ritmo, con un cambio en el compás de los besos. Fue en un sillón, donde me realicé que empezábamos a besarnos más despacio de lo habitual.
La nostalgia es un sentimiento recurrente en quien escribe.
Pero ya no espero a nadie.

Tal vez mañana.

miércoles, 25 de junio de 2008

Hasta el final

¿Y qué pasa si mi vida está en una caja, eh? Una caja que no puede ser abierta, nunca más.
Mi cuerpo, enrrollado en la cama, vigila de reojo la caja y la vida.
Me paro. Veo mi sombra en la pared. Extiendo el brazo.
Agarro la caja y la vida. Me tiro en la cama, otra vez.
La tengo entre mis manos, la abrazo, la aprieto contra mi pecho y cierro los ojos.
Lloro.
Sigo llorando. La situación me angustia pero se que voy a llegar hasta el final.
La habitación se innunda de canciones que forman parte de la caja. Entonces decido sentarme y abrirla.
Siento el contenido, como las palabras de una novela, como el guión de una película, todo estaba ahí. Pero al mismo tiempo no estaba.
Me atrevo a tomar algunos papeles con mis manos y leerlos y es como limpiar con un trapo sucio alguna herida abierta: duele.

Pero se que voy a llegar hasta el final.

Leo una última frase, escrita en un anotador:

"Esto es amor, quien lo probó lo sabe"

Hasta el final.

martes, 24 de junio de 2008

Junio melódico

Deberías verme
Cuando te miro
(Deberías Ver)

Es preciso lo sepas: Entre mis dedos,
con la delicadeza y seriedad
que yo dedico a mi guitarra

Serías una y otra vez tratada
por la vida que irradia
tu silueta musicalizada.

Y luego, cual piano
haciendo escala, nota a nota
Gota a gota

En este amor.

Y si tu cuerpo es canción
que me se de memoria,
cantarte y recordarte

Que como tu melodía
Nunca existió

Ninguna otra

En este amor.

viernes, 20 de junio de 2008

Dolor de cabeza

La ingenuidad te sirvió para creertelá por unos días.
Te mirabas en el espejo que te devolvía esa sonrisa imborrable y no importaba nada más.
Luego comprenderías que eras la representación de la negación en estado puro.
Ingenua, tan ingenua. (Mas nunca inocente, siempre culpable).
Ibas en el colectivo, temprano en la mañana. Alguna canción de esas que cobran vida estarías oyendo, cuando frunciste el ceño. No terminó ahí, porque sentías cómo la mandibula se comprímía casi involuntariamente, la mirada se te perdía y en la nariz sentías esas cosquillas que no son las de la felicidad y las del juego, no, claro que no.
Estabas conteniendo las lágrimas.
"Es temprano para llorar", pensaste.
Y era tarde para los arrepentimientos de los que estaba hecha tu vida. No cualquier clase de arrepentimientos, sino los peores. Los arrepentimientos del "no haber hecho", del "no haber dicho" cuando había que hacer y había que decir.
Supongo que más tarde habrás llorado. No pudiste resistirte a pensar en su boca. Dulce dolor, dulce. Pero enseguida su boca estaba en otra boca, en otra. El dolor era sólo dolor.
El pánico te ataca.
No sos capaz de soportar otra vez el mismo dolor de cabeza.

jueves, 19 de junio de 2008

Entre cuatro ruedas

Será porque nos odiamos, será porque somos enfermas.
Nosotras, que nos queremos tanto.
Una charla entre cuatro ruedas, ¿una charla que nos debíamos?
Quién sabe, varias veces tuve ya esa sensación, del deber, en nuestras conversaciones.
Disipé tus inquietudes. Hice preguntas.
Pedí perdón.
Te lavé la cara. Te di la mano.
(No me quería soltar)
(No te quería soltar)
Pero había que irse. Me tenía que ir.
Un abrazo de esos que me quedan para el recuerdo, con la ayuda de alguna cucharita.
Y me fui (con la cabeza) a mil por hora, pensando y pensando.
Pensando, entre otras cosas, que papá y mamá siempre están.

No matter what...

viernes, 13 de junio de 2008

Reencuentro(s)

Entonces respiro hondo y al día siguiente te repito la pregunta.
A las pocas horas me tomo la misma línea de colectivo que estaba de moda hace unos días, pero la que va en dirección opuesta.
Toda una ironía.
Las reglas de juego de la vida en su máxima expresion a la vez racional y a la vez misteriosa.
Te esperé lo que dura un texto en desenmascarar a Mitre, con mis debidas pautas de ojo de linze analizando las cualidades argumentativas del autor, (que ya no recuerdo quién era) y lo que dura el discurso de un profesor ante una universidad de algún país de Europa del Este cuando cayó el muro.
Bastante, sí, te esperé bastante.
Llegaste y casi en forma de súplica pedí un baño urgente, me estaba meando. Así que al baño fuimos. Todo era tan raro y al mismo tiempo, todo era tan normal... tan siempre.
Me mostraste la biblioteca, me convenciste de dejar las mochilas a la sombra de dos desconocidos con los cuales "no pasa nada, de verdad, tranquila" y así, más cómodas sin el peso del cargamento intelectual, seguimos recorriendo la facultad y conocí tus aulas.
De tres ofertas elegimos café en el comedor. Café con leche con medialunas.
Te pregunté a qué hora entrabas a clase. Me dijiste que a las 19 y las 19 marcaban el reloj.
Me invitaste a quedarme.
Y pensar que el año pasado juré no volver a presenciar una clase de química jamás en mi vida.
Terminó la clase y fuimos al baño. (Ahora éramos tres). Y mientras que la número tres orinaba, (te) solté un poco de información.

Sí, lo había hecho.

Salimos y nos tomamos la misma línea de colectivo que estaba de moda hace unos días, la que va en la misma dirección de hace unos días, pero el recorrido terminó para mí donde antes solía empezar.

Terminó lo que empezaba.
Empezó lo terminado.

Aunque todavía no termino de entender por qué quiero dormir tres días seguidos.

Es una buena pregunta, Mariana.

jueves, 12 de junio de 2008

Florecido en graffitis


Llegué al patio hecho de puños que gritan a través de las paredes. Y paradójicamente, parada ante la estructura con más vida en años de todo mi colegio, mi ser absorvía un sabor a muerte proveniente de los rincones. Era como si la vida no encajara con la vida misma. Mi colegio medio muerto.
Recorrí el sin techo, metro a metro, leyendo los llantos que las manos habían plasmado en las hojas de la vida, y comprendiendo que algunos nunca abandonarían la contestación inteligente, suspiré un poco más tranquila. Mi colegio florecido en graffitis.
En el pasillo que me condujo hasta el espacio abierto, leí a un Cortazar de colores que enseñaba: "los graffitis no ensucian las paredes del mundo, liberan las mentes" (o algo así, no la pude retener exactamente).
En una de las paredes del patio, y éste fue el que más frío me causó, descansaba el siguiente verso: "Las habladurías del mundo no pueden atraparnos". Luis Alberto Spinetta, Pescado Rabioso. No cualquier verso, sino uno que le canté incansables veces a mi amor por entonces clandestino.
Mi colegio medio muerto florecido en graffitis no podía estar muerto, no podía. Aún así, esa fue la sensación que me quedó cuando, (después de recorrer pasillos buscando profesores que nunca encontré), salí por la puerta principal y me fui a la parada del 111, como en las viejas épocas.
Como todo lo que recién nace y florece, la sangre no tarda en hacerse notar.
Confío, como dijo el flaco spinetta una vez, que "mañana, es mejor". Y lo será, en parte, gracias a esos graffitis. Mi colegio nunca muerto, nunca.
Siempre, siempre vivo.

No soñarás

Últimamente sueño mucho con aquellas situaciones del día que quedan inconclusas.
Completo conversaciones que en vez de punto final, se estancaron en un signo vulgarmente interrogante. (Porque todos sabíamos la respuesta, vos y yo también).
Hago nacer diálogos que se morían por ver la luz (de la Luna), pero se fueron en aquella parada con el humo del caño de escape del colectivo, y vos, porsupuesto, te fuiste arriba de él.
Invento besos, que no fueron ni serán, que sólo fueron roce, que siempre lo serán.
Me castigo imaginando a una silueta que me insulta, me desarma, me degenera, me compara con lo más bajo de las formas de ser. (Aunque lo de "bajo" sea en las metáforas una arbitrareidad semiológica, aunque no tenga derecho, aunque nadie pueda decidir quién lo tiene, quién no).
Y vaya uno a saber dónde estará la imaginación, que hacía de mis noches durmientes un paraíso (o infierno) imprevisibles, a las que me entregaba completamente sin balbucear tratos ni excepciones.
La realidad me invade a través de los poros de mi piel, a través de los senderos del inconsciente. La realidad que no fue. La realidad que descansa en ese guiño de imaginación por mis noches.
Es realidad porque yo así la hubiera hecho, si no fuera por...

Quiero hacerla.

martes, 10 de junio de 2008

Plan de Salud del Hospital Italiano

Saben las orejas de mis allegados a cerca de las cientos de críticas que puedo llegar a hacer a la atención administrativa y médica del Hospital Italiano en una simple consulta: el tiempo que tardan en atenderte, el tiempo que tardan en hacerte el estudio que te indicó quien te atendió, el tiempo que tardan en darte un turno para que otro médico vea el estudio y finalmente te diagnostique el problema en cuestión y acto seguido, ordene el tratamiento. Es cierto, a simple lectura aparentan ser éstos los pasos regulares de cualquier inquietud hospitalaria, pero como ya remarqué, una se puede pasar entre uno, dos y tres meses girando de un lado a otro y no estamos refiriéndonos a la salud pública, sino a varios cientos de pesos sacados del bolsillo por mes para ser depositados en la cuota de la obra social.
Justamente en estos días me encuentro llevando a cabo la consulta por un desgarro de isquiotibal derecho. Lógicamente, una vez producida la lesión, me dirigí a la guardia donde (luego de dos horas) me atendió una (muy simpática) traumatóloga, quien me ordenó el uso de una muslera, diez sesiones de kinesiología y una ecografía para obtener más detalles en cuanto al tiempo que debería estar sin jugar al futbol, etc. (Diez días después) fui a realizarme la ecografía que la traumatóloga simpática me había pedido. Ingresé por la calle potosí (como me habían indicado hacer días atrás por la urgencia) y me dirigí a la misma sala donde aquella vez saqué el turno para la eco, en cuya puerta se podía leer claramente la inscripción "diagnóstico por imagen, ecografías, etc". Hago mi ingreso triunfal y refunfuñando me acerco a la máquina expendedora de númeritos, porque, claro, había que anunciarse, y para eso había que sacar el número y esperar aproximadamente media hora, sin importar que una tuviera el turno para tal hora. Había llegado puntual, me aplauidía a mi misma por dentro, "¡bien, Marian!", pensaba, mientras me disponía a agarrar un libro de mi mochila y de esta forma, hacer de una odiosa espera un grandioso momento de lectura apasionada. Sesenta y cinco, ese era mi número. Observé el tablero electrónico situado en la pared, arriba de las cabezas de las secretarias, marcaba el cuarenta y dos. Me relajé, respiré profundo y comenzé mi lectura. Cuando volví a levantar la cabeza, en el tablero ya evolucionado podía leerse "sesenta y cuatro". Me alegré, primero por lo bello de mi libro y segundo porque ya me tocaría pasar al consultorio. Me dispuse a guardar la novela para prepararme y tomar la orden de la traumatóloga simpática. Por esas cosas de la vida se me ocurre leerla. Horario: 16.15 hs, correcto. Dirección: (con resaltador) GASCÓN 450. Creí que me ponía a llorar ahí mismo. Sin pensarlo tomé mis cosas y salí corriendo, no sin hacer los pertinentes ruidos de quien sale exaltado de un sitio lleno de sillas y de quien se lleva por delante la puerta del ascensor hermético. Salí a potosí, corrí hasta gascón, corrí hasta el 450, se trataba de la entrada principal del hospital. Ingresé, respiración entrecortada mediante, le pregunto a la señorita de orientación dónde quedaba ecografía... Me da entonces las coordenadas: pasillo del medio, hasta el final, girás a tu izquierda, caminás nuevamente hasta el final de ese pasillo, a la derecha estaría la sala. Vuelvo a correr, disimuladamente, pues no quería yo alterar demasiado el equilibrio natural del hospital. Puedo imaginar mi frente fruncida, mi boca tensa, mis pasos firmes. Llego a destino. Alcanzo a oír a un señor que le dice al otro "hay que sacar número". Insulto directamente a los parientes del hospital (sí, estaba alterada, no pensaba con racionalidad) pensando que ¡en todos los putos lugares hay que sacar un puto número y la puta madre que lo parió! Entonces voy y saco el número, casi en forma agresiva casi trompeando a la máquina expendedora y me siento en una puta silla. Miro al frente. Deja vu, pensé, justo ahora. Pero el deja vu se prolongaba más de lo normal y en un segundo comprendo que no sólo las secretarias eran las mismas de potosí, sino que la gente a mi alrededor era la misma que había estado esperando conmigo, también en potosí.
Lenta y pausadamente comenzé a reír. Cada vez más tentada.
Volví a sacar la novela, esta vez para hacer de cuenta que me reía de lo que estaba leyendo.

Estaba en el mismo lugar que minutos atrás creí equívoco.

Me equivoqué de equivocación.

lunes, 9 de junio de 2008

Semiología en carne viva

No se crean que pasé por alto la (obvia) analogía.
No lo crean ni por un segundo, pues yo misma la he mentalizado, la he pronunciado, la he sabido por semiología y también por sentimiento. Yo misma me he preguntado si debo responder al significado o al significante; he tratado de reencausar el recorrido de los besos extraviados a través de la teoría como guía, aunque supiera de la luz clara que proyectaban esos ojos (y sólo esos) al abrirse cada mañana. Pero he tratado, porque sabido es que esa luz clara no siempre responde exactamente a su aspecto positivo de claridad, y enceguece más de lo creído.
Mas sospecho que sos mi enfermedad reincidente. Acto seguido sospecho que no me interesa prevenir(te), y es éste un devenir tan cruel como desayunarse uno que su terapeuta votó a Mauricio, sabiendo que ahí estaremos, firmes en la siguiente sesión.
Ahí estaré.

Acá estoy.
Mirando una foto del lugar desde donde te escribí, desde donde te viví, desde donde te extrañé.



sábado, 7 de junio de 2008

3º 6

Mi hermano me advierte: "si vas, no volvés a entrar". Abre la puerta y mientras camino hacia el ascensor me río y le agradezco por obligarme a enfretar mis impulsos. Como para cerrar el tema en cuestión, él agrega: "no podés correr cada vez que...", "ya sé, ya sé", me adelanté. Basta. Subimos hasta el tercero. Su casa. Mi casa.
Me siento en la cocina y mientras mi hermano y su hermana mantienen un diálogo a cerca de dónde se habrían escondido las llaves de su madre, yo no puedo más que preguntarme qué era lo que quería ir a buscar a esa parada, qué era lo que quería encontrar, qué me hubiera encontrado, si no fuera por Él.
La sonrisa me delata y una vez acabado el tema de las llaves mi hermano se percata y comienza a mirarme mal. Nos vamos a la habitación.
Mientras preparamos mi colchón charlamos: que no es mi culpa, que son cosas que pasan, pero que tengo serios problemas mentales. Reímos. (¿Por no llorar? si tantas veces...)
Ya acostados él pasa a ser el protagonista de los conflictos y yo escucho sus inquietudes; entre sueño y realidad le pregunto, lo aconsejo, le digo hasta mañana.
Pero no me dormí rápido esta vez.
No podía más que preguntarme qué realidad estaba soñando, para ahora sí llorar, y decirte hasta mañana, sea donde sea que estuvieras.

jueves, 5 de junio de 2008

Traición, hipócrita

Pero vos sos el ejemplo de la honestidad y la moral adheridas a venas y arterias.
Imperdonable traición yo cometí, contrariando principios que flameamos desde antaño.
Tal vez sean, estos principios, las últimas herramientas de los seres humanos para dejar un nudito sobre aquello que acordaron desatar; ego-centrismo, posesión infinita dentro de un marco histórico de personajes, pero infinita al fin; la forma que encontramos para no dejar totalmente de lado al ello: envasarlo dentro del correcto super yo, reglas, racionalidad; id, ego, superego.
Tal vez sea momento de asumir que ciertas cicatrices allí se quedan, grabadas, a-históricas y necesitamos justificarlas de vez en cuando, de amor en pena, de ego en puerta.
Desde ya, soy un ser humano, y forman parte de mí tales recursos ya descriptos, las reglas, porque especialmente siento las cicatrices.
Pero vos, vos sos el ejemplo de la honestidad y la moral adheridas a venas y arterias.
Tu nudito dio resultado. Sufro los ecos de destrucción de aquello que juré destruír, pero no se destruyó del todo.