viernes, 20 de junio de 2008

Dolor de cabeza

La ingenuidad te sirvió para creertelá por unos días.
Te mirabas en el espejo que te devolvía esa sonrisa imborrable y no importaba nada más.
Luego comprenderías que eras la representación de la negación en estado puro.
Ingenua, tan ingenua. (Mas nunca inocente, siempre culpable).
Ibas en el colectivo, temprano en la mañana. Alguna canción de esas que cobran vida estarías oyendo, cuando frunciste el ceño. No terminó ahí, porque sentías cómo la mandibula se comprímía casi involuntariamente, la mirada se te perdía y en la nariz sentías esas cosquillas que no son las de la felicidad y las del juego, no, claro que no.
Estabas conteniendo las lágrimas.
"Es temprano para llorar", pensaste.
Y era tarde para los arrepentimientos de los que estaba hecha tu vida. No cualquier clase de arrepentimientos, sino los peores. Los arrepentimientos del "no haber hecho", del "no haber dicho" cuando había que hacer y había que decir.
Supongo que más tarde habrás llorado. No pudiste resistirte a pensar en su boca. Dulce dolor, dulce. Pero enseguida su boca estaba en otra boca, en otra. El dolor era sólo dolor.
El pánico te ataca.
No sos capaz de soportar otra vez el mismo dolor de cabeza.

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