martes, 10 de junio de 2008

Plan de Salud del Hospital Italiano

Saben las orejas de mis allegados a cerca de las cientos de críticas que puedo llegar a hacer a la atención administrativa y médica del Hospital Italiano en una simple consulta: el tiempo que tardan en atenderte, el tiempo que tardan en hacerte el estudio que te indicó quien te atendió, el tiempo que tardan en darte un turno para que otro médico vea el estudio y finalmente te diagnostique el problema en cuestión y acto seguido, ordene el tratamiento. Es cierto, a simple lectura aparentan ser éstos los pasos regulares de cualquier inquietud hospitalaria, pero como ya remarqué, una se puede pasar entre uno, dos y tres meses girando de un lado a otro y no estamos refiriéndonos a la salud pública, sino a varios cientos de pesos sacados del bolsillo por mes para ser depositados en la cuota de la obra social.
Justamente en estos días me encuentro llevando a cabo la consulta por un desgarro de isquiotibal derecho. Lógicamente, una vez producida la lesión, me dirigí a la guardia donde (luego de dos horas) me atendió una (muy simpática) traumatóloga, quien me ordenó el uso de una muslera, diez sesiones de kinesiología y una ecografía para obtener más detalles en cuanto al tiempo que debería estar sin jugar al futbol, etc. (Diez días después) fui a realizarme la ecografía que la traumatóloga simpática me había pedido. Ingresé por la calle potosí (como me habían indicado hacer días atrás por la urgencia) y me dirigí a la misma sala donde aquella vez saqué el turno para la eco, en cuya puerta se podía leer claramente la inscripción "diagnóstico por imagen, ecografías, etc". Hago mi ingreso triunfal y refunfuñando me acerco a la máquina expendedora de númeritos, porque, claro, había que anunciarse, y para eso había que sacar el número y esperar aproximadamente media hora, sin importar que una tuviera el turno para tal hora. Había llegado puntual, me aplauidía a mi misma por dentro, "¡bien, Marian!", pensaba, mientras me disponía a agarrar un libro de mi mochila y de esta forma, hacer de una odiosa espera un grandioso momento de lectura apasionada. Sesenta y cinco, ese era mi número. Observé el tablero electrónico situado en la pared, arriba de las cabezas de las secretarias, marcaba el cuarenta y dos. Me relajé, respiré profundo y comenzé mi lectura. Cuando volví a levantar la cabeza, en el tablero ya evolucionado podía leerse "sesenta y cuatro". Me alegré, primero por lo bello de mi libro y segundo porque ya me tocaría pasar al consultorio. Me dispuse a guardar la novela para prepararme y tomar la orden de la traumatóloga simpática. Por esas cosas de la vida se me ocurre leerla. Horario: 16.15 hs, correcto. Dirección: (con resaltador) GASCÓN 450. Creí que me ponía a llorar ahí mismo. Sin pensarlo tomé mis cosas y salí corriendo, no sin hacer los pertinentes ruidos de quien sale exaltado de un sitio lleno de sillas y de quien se lleva por delante la puerta del ascensor hermético. Salí a potosí, corrí hasta gascón, corrí hasta el 450, se trataba de la entrada principal del hospital. Ingresé, respiración entrecortada mediante, le pregunto a la señorita de orientación dónde quedaba ecografía... Me da entonces las coordenadas: pasillo del medio, hasta el final, girás a tu izquierda, caminás nuevamente hasta el final de ese pasillo, a la derecha estaría la sala. Vuelvo a correr, disimuladamente, pues no quería yo alterar demasiado el equilibrio natural del hospital. Puedo imaginar mi frente fruncida, mi boca tensa, mis pasos firmes. Llego a destino. Alcanzo a oír a un señor que le dice al otro "hay que sacar número". Insulto directamente a los parientes del hospital (sí, estaba alterada, no pensaba con racionalidad) pensando que ¡en todos los putos lugares hay que sacar un puto número y la puta madre que lo parió! Entonces voy y saco el número, casi en forma agresiva casi trompeando a la máquina expendedora y me siento en una puta silla. Miro al frente. Deja vu, pensé, justo ahora. Pero el deja vu se prolongaba más de lo normal y en un segundo comprendo que no sólo las secretarias eran las mismas de potosí, sino que la gente a mi alrededor era la misma que había estado esperando conmigo, también en potosí.
Lenta y pausadamente comenzé a reír. Cada vez más tentada.
Volví a sacar la novela, esta vez para hacer de cuenta que me reía de lo que estaba leyendo.

Estaba en el mismo lugar que minutos atrás creí equívoco.

Me equivoqué de equivocación.

1 comentario:

siciliana dijo...

En una situación así yo no podría reír, comenzaría a pudrirme por dentro hasta estallar en un insulto grave o un llanto escandaloso. Hay cosas que no puedo soportar.