jueves, 15 de enero de 2009

Alarma onírica

Se quebró como un trozo de papel, fue al despertarse de un sueño a mitad de la noche. Le dijo a su almohada que aceptaba la derrota, que no se puede luchar contra lo onírico. Apretó su cara bien al fondo del colchón, quiso desaparecer en él, hundirse en aquellas sombras desconocidas. Pero seguía permaneciendo en la superficie de su cama, seguía conciente, reviviendo cada escena de su reciente imaginación somnolienta, ¡era absurdo!
Siente que la canción nunca termina, llega al final del compás y no hay punto final, sino puntos de repetición, otra vez. La pieza más anacrónica de su vida, sin tiempo, a destiempo, eternizada.
¿Hasta cuándo? ¿Eternizada? ¿Qué es eso?
Acaricia su soledad, se autodestruye a través del estancamiento, como si fuera un bote amarrado a un muelle que a duras penas se mantiene erguido sobre la corriente. Pero ella no, ella no tiembla, se mantiene unida, ¿qué digo unida?, quiero decir atada, ella no se suelta de la mano invisible.
Comprende perfectamente todo lo que ocurre y sabe de sus ojos convertidos en vidrio, sabe que se rajan y se desploman, sabe que hay partes de ella que no pueden continuar después de haber visto lo sucedido en el sueño. Las piernas resignan la estabilidad y su joven firmeza, es inútil caminar si al fin y al cabo siempre terminan en el mismo lugar, si el destino lo conocen antes de empezar, como si el mito del eterno retorno dejara algo que pensar.
Ella quiere olvidarse de ella, e intenta ganarle la guerra al maldito verbo poder.
Ella quiere olvidarse de ella, pero sabe que tendría que irse, para no volver.

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