martes, 2 de junio de 2009

En el espejo

Su corazón se desploma como las brasas de un cigarrillo, cuyo futuro de cenizas es sabido, inevitablemente.
Poco a poco se mimetiza con el suelo, se desvanece en él y siente el peso de la vida que la pasa por encima y no pide perdón.
Pero ella no necesita el perdón de nadie. Ella necestia su propio perdón.
Entonces, desde abajo, aplastada, decide imaginarse frente al espejo. Ese objeto en el cual intentó reflejar sus sentimientos, inútilmente, una y otra vez, porque jamás se los devolvió.
Sus sentimientos, los perdió, no los supo ver.
Ahora mueve los labios, tibiamente, (se) pide perdón, por primera vez.
Levanta un brazo y señala, se señala, se apunta, se pide perdón, otra vez:
Por ser tan cobarde.
Abre los ojos, mira, se mira, se pide perdón:
Por llorar tanto, durante años, por amor, la eterna obsesión.
Mueve una pierna y patea, se patea, se pide perdón:
Por correr, por huír de la felicidad.
Mueve los labios, pero esta vez abre toda la boca, grita, se grita:

NO TE DESPLOMES, NO ESCRIBAS TU FINAL,

la próxima vez no te lo voy a perdonar.

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