Ayer no hubo siesta, pero mis pensamientos nocturnos se encargaron de no permitirme conciliar el sueño tan fácilmente. Daba vueltas a la par de mi tímida imaginación que no paraba de viajar por sus manos y sus ojos, por sus palabras que caían a través de mi estómago por un tobogán que terminaba, casi lastimosamente, en la miedosa sonrisa con la que probablemente me dormí. Ayer mis ojos parecían comenzar a abandonar su involuntaria función de llorar por quien nunca entendió mis palabras; mis ojos, ahora, buscaban la apertura ideal para contemplar un camino de curvas nuevas. Me arrastran, las curvas, tan linda, ella. Y que sea lo que sea*.
*J. Drexler
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