martes, 29 de julio de 2008

Despertate

Mirando el techo de tu habitación, como si fuera una pantalla de cine a través de la cual ves reflejados los sueños que acumulaste en dos décadas, te preguntás si a caso todo lo que hacemos en esta vida es por amor. Te hundís en el colchón por el vértigo que significa, para alguien cuyo corazón tiembla con cierta facilidad, imaginarse la respuesta. Tu respuesta. Tu modo de vivir el amor, que no tiene bibliografía ni seminarios que lo enseñen, sino corazones que transitan por el mundo, algunos rotos, otros enteros, acobardados para siempre o jamás silenciados.
¿Y cómo es tu corazón? Cuántas reconstrucciones de lo que fue y se murió, cuántas palpitaciones por minuto ante Su intimidación, cuánta humillación y cuánto orgullo hay en tu corazón.
Apagás la luz y el techo de tu cuarto se vuelve ahora un cielo en tempestad, luchás entre olas de sombras para llegar a divisar quién espera en la otra orilla. ¿Alguien (te) espera, en la otra orilla?
¿El amor espera? ¿En invierno también? Te hundís, otra vez.
Cuando querés salir a la superficie y gritar, lo único que sabés hacer es hundirte en esos pensamientos superfluos que no te sacan del perímetro de tu cama y arraigan dudas.
Te hundís en tu colchón de dubitaciones, y es muy cómdo, pero de nada sirve.

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