miércoles, 20 de febrero de 2008

Primer intento nº 500

Cuando él me acostaba y encendía la radio siempre aparecía esa canción. A veces pienso mi vida en canciones.
Un día estaba sentada en la calle y mi sombra se escapó corriendo. No me atreví a mirar en qué dirección iba. Todo lo que sé es que yo me quedé acá y ella se fue a otro lado. En aquel entonces sonaba joaquín, completamente extasiado. Fue uno de esos incendios difíciles de apagar.
Al poco tiempo alguien golpeó la puerta y yo abrí. Era ella, la que esa vez se había ido corriendo. Yo le expliqué por qué no había ido a buscarla, y ella me dijo que entendió que no se puede andar por la vida (de día o de noche) partido en dos. Quería reconciliarse. Pero algo la inquietaba. Cierto remordimiento le aflojaba las piernas y casi se deja caer. Tuve que abrazarla, contenerla. En cuanto la envolví con mis brazos me di cuenta. Tenía marcas en la silueta. No podían taparse con curitas, de hecho no podían ser vistas con ojos poco profundos. No eran golpes. No eran cortes. Se trataba más bien de las superficies de su piel que habían experimentado la felcidad que produce el contacto con otro ser y al día siguiente padecieron el frío que nace de recordar Esos momentos. (Y de enterarse que ya no volverán).
Ante tal esclarecimiento de la situación yo no sabía si iba a poder seguir sosteniéndola, pues las piernas empezaron a dolerme también a mí. "Te lo advertí", le susurré casi en silencio.
Acto seguido, tuve que soltarla. Me recosté y di vueltas en la cama. Ella estaba casi tirada, en una esquina de la habitación. Me pareció escucharla llorar, pero nada me importaba.
¡Estaba enojada con ella! Yo se lo advertí.
Me incorporé del colchón y la miré. Fue terrible ver sus ojos tan apagados. Pero yo tenía una decisión tomada y tenía que contarselá: "Desde aquel día en que te fuiste corriendo sabíamos que el regreso sería ciertamente nostálgico por esa felicidad fugaz que perseguiste paso a paso, salto a salto. Y sabíamos que yo no iba a poder ayudarte. No todo depende de mí, incluso cuando se trata de nosotras. Ahora no puedo, por mucho que me duela, permanecer estática observando como caminamos a destiempo, viendoté mirar para otro lado, buscando aquello que encontraste y te quemó en demasía. Hoy soy yo la que tiene que correr. Te invito a que vengas conmigo y vayamos a extasiarnos de las calles que todavía no recorrimos y a llenarnos la boca con canciones que todavía no cantamos. Es tu elección acompañarme o quedarte en esa esquina contemplando con lágrimas en los ojos los recuerdos de una habitación que se muere de frío por no tener su calor".

No todo depende de mí, pero si alguien puede pararse delante del espejo (con el mayor temor de estar comiendo un grave error y el gran dolor que acongoja el pecho por las ansias de querer volver a abrazar una vez más) y decir "basta", esa sí que soy yo.
Intentar que la racionalidad y la sombra escurridisa vayan al mismo tiempo suele ser complicado e imposible, pero a veces, es necesario. Aunque mis ojos protesten y traten de nublarme la vista.
Aunque.

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